Entrevista

SILVANA VINCENTI: «NADIE ES TAN ÉTICO HASTA QUE TIENE LA OPORTUNIDAD DE NO SERLO»

Es la periodista que destapó el fraude y la corrupción de Kailasa; la que narra historias capaces de incomodar al poder.

Entre sus múltiples acepciones, la Real Academia Española define “capa” como aquella persona con prestigio o gran conocimiento en determinada materia. Silvana Vincenti bien podría ser sinónimo de ese término. No se trata de lisonja: la hasta hace poco periodista del diario El Deber ha ganado ese reconocimiento con trabajo riguroso y valentía sostenida.

«La gente dice que uno es valiente, pero eso no significa que uno no sienta miedo de las amenazas. Lo sentí en San Miguel de Velasco, cuando nos metimos a los hornos de carbón (que surgieron como negocio tras los incendios forestales); también tuve temor después de la revelación de Kailasa, tras el tema del Mutualista (y los millones de dólares que representa el conflicto por esos terrenos) y también por el caso de la familia Kim (cuando denunció el avasallamiento de la zona acuífera de las Lomas de Arena)», expresó.

Recientemente, Vincenti fue distinguida con el Premio Nacional de Libertad de Expresión, otorgado por la Asociación de Periodistas de Santa Cruz, en mérito a su firme compromiso con el periodismo ambiental y de investigación. Fue ella quien sacó a la luz —a escala internacional— el fraude y la corrupción de Kailasa, el país ficticio con el que un grupo de falsos monjes hindúes intentó apropiarse de medio millón de hectáreas indígenas en el Beni.

Molesta por el abuso y la impunidad, muchas de las investigaciones de Vincenti nacieron del impulso personal, sostenidas únicamente por su persistencia y terquedad. Entre los obstáculos con los que se ha enfrentado laboralmente, está la precariedad: si no lo hacía con fondos económicos de plataformas extranjeras, no se hubiesen concretado. ¿Censura? «Felizmente no he pasado por eso; El Deber siempre me dejó ser libre».

¿Cuál fue el momento más difícil de tu carrera y cómo lo superaste?

Hubo varios momentos difíciles. Uno de los primeros fue sentirme atrapada en un área que no me agradaba, farándula (Sociales), y en la que permanecí por muchos años porque no me veían en otra cosa. Luego fue difícil no saber para qué servía yo, porque me pasaron a Cultura, luego a Política, finalmente a Santa Cruz (noticias sobre la ciudad), donde encontré el sentido de mi oficio. Difícil fue también cuando vinieron las amenazas, difamaciones e injurias; hasta tengo un proceso judicial por eso —recomendado por mi abogado— porque creo que los periodistas hemos malacostumbrado a mucha gente a insultarnos y poner en duda nuestra reputación sin asumir consecuencias.

¿Qué papel juega la ética en tu trabajo?

Nadie es tan ético hasta que tiene la oportunidad de no serlo. Me han ofrecido hasta usar el tema del cordón ecológico para extorsionar. Todos somos de carne y hueso, con necesidades; pero a veces me he preguntado, por ejemplo, ¿podría yo vivir en paz sabiendo que mi trabajo dejó sin casa a una viuda, sabiendo que ella defendía lo justo, que ella tenía la verdad de su lado? Siempre que veo a un corrupto me hago esa pregunta. Sin embargo, es bueno decir que hay que pagar bien a los periodistas para que la necesidad no los empuje al mal.

¿Sentís que en Bolivia hoy se puede ejercer el periodismo libremente?

En Bolivia no se ejerce libremente el periodismo. Yo fui privilegiada en El Deber. En otros sitios, si bien no hay una censura abierta, simplemente se omiten ciertos temas, se profundiza poco o se lo hace a pedido del cliente.

Vincenti es conocida también por ser una fiel defensora de los animales.

¿Qué te motivó a ser periodista?

Empecé en periodismo por accidente. Yo quería ser médica, pero en esa época no tenía los recursos para irme a Sucre u otro sitio; acá aún no había la carrera. Gracias a una tía que me consiguió media beca, entré a Diakonia; luego pasé a Comunicación Social, en la UAGRM. Y así deambulé por el periodismo farandulero hasta que encontré lo que me mueve el piso: el periodismo ambiental, indígena y de derechos humanos, sobre todo lo relacionado al tema del uso del suelo y los avasallamientos.

¿Qué historias sentís que todavía necesitás contar?

Me gustaría contar historias de gente que hace cosas buenas en silencio. A veces caemos en entrevistar a las mismas personas y nos olvidamos de que el mundo tiene mucho más para mostrar. Quisiera ser un punto de conexión entre las historias más alejadas o los dolores más naturalizados, para que se pongan en el ojo público. Por ejemplo, acompañar a un no vidente a recorrer la ciudad, sin ver, y mostrar qué se siente. De la manera que sea, esto ayudaría a humanizarnos, porque a menudo lo olvidamos.

¿Cómo cuidás tu salud mental y emocional ante la dureza de ciertas coberturas?

La salud mental es algo de lo que nadie habla en el gremio. Nos autoviolentamos al creer que es normal vivir en una sala de redacción, tomar pastillas, consumir tantas malas noticias… Hace poco un colega se quitó la vida, otro que casi lo hizo. Y los mismos periodistas somos insensibles. Quizás por eso tengo un profundo rechazo a los estados de Facebook que dicen «si un día estás triste, ven a mi casa, bla, bla, bla»… Los que hemos tenido amigos y colegas con intentos suicidas, sabemos que no es nada fácil ayudar, que es difícil entenderlos. Incluso si tenemos épocas tristes, callamos y seguimos distrayendo el malestar con más trabajo. El día de la premiación yo hablé sobre eso y al finalizar un exjefe se acercó para confesarme que, cuando trabajábamos juntos, no podía dormir sin tomar pastillas. Entonces entendí que el problema es grande y que a muchos les estorba contarlo, ya sea porque la respuesta es torpe y dolorosa o simplemente porque no tenemos con quién hablar.

¿Qué es lo mejor de tu trabajo?

Lo mejor de mi trabajo es la libertad. Creo que, aunque empecé en esto por accidente, Dios me encaminó a lo que hago y que me hace feliz. Aunque tengo un propósito, a veces me frustra ver tanta impunidad y descaro. Pero seguiré en la lucha.

 

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