Entrevista

ROSARIO ARZABE: «SIENTO QUE ME REINVENTÉ; SIENTO QUE EN MÍ HUBO UNA EXPLOSIÓN»

Descubrió su vocación en el barro poco antes de la pandemia. Su sensibilidad nace de una mezcla profunda de recuerdos, técnica y pasión.

Arzabe aprovechó la cuarentena por el covid para crear con la arcilla.

A veces, las obras se parecen a quienes las crean. Es el caso de Rosario Arzabe. La escultora cruceña —más conocida como “Charito”— es una mujer de palabras poéticas, amables, exquisitas. Hace pausas en la conversación para exhibir una sonrisa sosegada, y mira con serenidad a su interlocutor. Lo hace como cualquiera de las piezas que expuso sobre mojones en Casacor Bolivia, donde debutó oficialmente con ese arte.

En su muestra “Leyendas y personajes cruceños” se fundieron el reconocimiento de los expertos en escultura y el cariño espontáneo del público. Las primeras 10 obras en arcilla, que luego se convirtieron en 12, no sólo se vendieron todas: fueron, además, el escenario de incontables selfis y expresiones de admiración.

Entre los personajes que imaginó y esculpió están la Loca Jarichi, Rosita Pochi, Doña Esta y la Virgen de las Siete Calles, figuras entrañables de la memoria colectiva cruceña. «Me encantó rescatar estos personajes populares que no han sido muy explorados en el arte», comentó.

Su obra se caracteriza por una minuciosidad notable, en especial en las miradas. Cada escultura parece hablar con los ojos: narra, sugiere, interpela. Ese realismo expresivo —delicado pero intenso— es, sin duda, uno de los sellos más poderosos de su propuesta artística.

La artista asegura que la mirada y la boca son su especialidad.

Sabíamos de la “Charito” Arzabe periodista, publicista, empresaria y poeta, ¿cómo nació la escultura?

Comenzó en 2019, justo antes de la pandemia. Siempre pensé que no tenía talento para el dibujo ni para la escultura, pero un día decidí tomar un curso básico en la Casa Melchor Pinto. Ahí aprendí a preparar la arcilla, a hacer barbotina —esa mezcla parecida al yogur que usamos para unir piezas—, y sentí una conexión inmediata con el barro. Desde entonces, no he parado.

¿Qué fue lo que más la atrapó?

El sentir la arcilla entre las manos. Tiene vida propia. Es un material noble, lleno de carácter. A veces se comporta de formas inesperadas, especialmente con la humedad. Y esa relación tan viva con el material me hizo reflexionar que el primer escultor fue Dios. Comenzamos con un soplo de vida, ¿no?

¿Cuál fue el punto de inflexión en su carrera como escultora?

“Quito” Velasco (director de Casacor Bolivia) fue clave. Yo ya venía explorando, y un día, en su cumpleaños, le regalé una de mis piezas. Lo hice sin compromiso, pero lo conozco bien: es un termómetro sin filtro. Su reacción fue tan honesta y entusiasta que sentí que había pasado un examen. Al día siguiente me llamó para proponerme la exposición en Casacor.

¿Y eso la impulsó a trabajar a otro nivel?

Exacto. Me pidió piezas más grandes y eso significó días sin dormir. Pero lo hice con mucha alegría, porque era un sueño: exponer obras en el año del Bicentenario de Santa Cruz.

¿Cómo fue su experiencia estudiando escultura en Barcelona?

Transformadora. Contacté a una gran maestra, Manuela Rivero. Fue muy difícil llegar a ella, pero lo conseguí. Antes de aceptarme, me hizo un test riguroso; con todo el entusiasmo que tenía, la convencí. Y es que cuando me gusta algo, me apasiono. Le dije que quería aprender para después enseñar. Eso la tocó. Me contó que enseñó en África y transformó una aldea. Yo sueño con hacer algo así aquí, en Bolivia. Ella viene de una formación antigua, profunda: hizo disecciones de cadáveres para estudiar anatomía. Con ella aprendí desde cero: músculos, huesos, peinados, ropa, gestos… ¡Hasta el movimiento de cada mechón de cabello! Pelito por pelito… Estuve tres meses intensos en sus cursos; mañana, tarde y tunda. Ahí comenzaron mis problemas de rodilla (risas), pero valió la pena.

¿Siente que se descubrió como artista?

Sí, siento que me reinventé; siento que en mí hubo una explosión. Muchas personas tienen dones dormidos, todavía no los descubren y es importante que los hagan fluir. Yo vengo de una familia de artistas; mi papá era como Da Vinci: escribía, dibujaba, producía… Era un hombre muy inquieto; se metía en todo. Creo que heredé un poco de él. ¡Él hasta cantaba! Yo no. Si tuviera voz, estaría en todos los boliches; ¡nadie me podría sacar! (risas). Pero la escultura fue mi gran hallazgo.

«Charito» trabaja con arcilla proveniente de Cochabamba, otra de minas de Potosí y una hecha con la mezcla de ambas.

Fotos: Lauren Wille | Rildo Barba

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