La infancia del excapitán de Tahuichi, marcada por la ausencia de su padre y la dictadura, forjó su rebeldía y liderazgo.
Rildo Barba 30|09|2025

El 25 de enero de 1980, Tahuichi, con «Minina» de capitán, ganó el Campeonato Sudamericano de Fútbol Infantil. La academia y el país hacían historia a escala mundial.
Joaquín “Minina” Ardaya fue el primer chico becado por la Academia de Fútbol Tahuichi Aguilera. Tenía apenas 13 años cuando Rolando Aguilera Pareja vio en él no sólo habilidad con la pelota, sino también esa rebeldía que lo impulsaba a destacarse. Así se convirtió en líder dentro de la cancha y llegó a ser capitán del equipo. «Fue en la época gloriosa de la Tahuichi, cuando iniciaba. Yo fui abanderado de esa etapa, jugando como mediocampista, defensa y creativo. ¡Bendito sea el tiempo que me regaló la academia en esos años!», recuerda con emoción.
Durante cuatro años, hasta cumplir 17, vistió la camiseta de la Tahuichi. Luego dio el salto al fútbol profesional por un año y medio, hasta que decidió dejarlo para dedicarse a estudiar y trabajar como cajero de banco. Hoy, la vida lo ha llevado de regreso a la institución que lo vio crecer, esta vez como parte de su directorio. No llegó por votación, sino por la voluntad unánime de quienes lo integran: «Me invitaron por ser el primer becado, el primer pobre —entre comillas— porque todos pagaban la mensualidad de 20 dólares y yo no tenía para hacerlo. La pelota es un gran instrumento: ahí no hay pobre ni rico».
La historia de “Minina” es también la de su familia. Fue uno de los nueve hijos de Noemí Cadario (hoy de 91 años), madre valiente que afrontó la ausencia de su esposo, Fabián Ardaya Moreno, obligado a salir del país por motivos de exilio. En medio de esas carencias, “Roly” Aguilera se convirtió en un verdadero padrino, costeando sus gastos, incluso los viajes al exterior. «Me hizo viajar hasta en sus últimos días, cuando ya estaba postrado en cama. Me decía: ‘¿No querés hacerte cargo de esta delegación de la academia?’. Y, por supuesto, yo aceptaba», rememora.
Comunicador de profesión y reconocido analista deportivo, el exfutbolista cruceño lleva 37 años de matrimonio. Es padre de cuatro hijos y orgulloso abuelo de una nieta. Hoy, además, guía la comunidad Águila Dorada, un proyecto social en el Plan 3000 que siembra esperanza y promueve el desarrollo humano a través de la fe y las obras solidarias. Su vida es ejemplo de que la Tahuichi no sólo forma jugadores, sino que inspira líderes capaces de transformar destinos y corazones.
¿Por qué fue tan rebelde?
Vengo de una familia muy rebelde, contestataria. En mi caso, esa rebeldía también fue la manera de llenar un vacío muy grande: la ausencia de mi padre. Papá tuvo que irse de casa cuando yo apenas tenía cinco años. (Hugo) Banzer lo correteó (en la dictadura) y me dejó sin padre. Mi vida de niño fue traumática. Recuerdo que, por miedo a los militares, hasta llegué a dormir debajo de mi cama … Era la época en la que ellos y la policía llegaban a las casas y pateaban a cualquiera. Incluso ametrallaban como en las películas. Hoy todavía se ven hechos similares, pero en ese tiempo era mucho peor y nadie reclamaba. Era el imperio del grado, del cargo; no de la verdad. ¿Y sabe lo irónico? Papá fue amigo de un hermano de Banzer y, muchos años después, vivió en su casa.
¡Cómo es eso!
Sí, son esas cosas que uno no entiende. Eran amigos, pero las circunstancias los llevaron por caminos distintos. Un día, cuando yo tenía 14 años, conocí a Banzer en Argentina. Él ya no era presidente y había ido a vernos jugar la final de un campeonato sudamericano. “Roly” lo hizo entrar al camarín y me hizo hablar con él. Yo lo odiaba. El viejo, que había sido de mi tamaño, me abrazó y no fue necesario que alguien dijese una palabra. Es que, al final, las heridas sólo se sanan cuando uno las confronta. Con ese abrazo fue suficiente.
¿Lo perdonó?
Hoy entiendo que había sido un enano que, como presidente, tuvo que tomar decisiones. Decisiones que quizá lo favorecieron a él, pero que dañaron a muchas otras personas. Y en esa época todo estaba marcado por la violencia. Mi padre también lo era.
¿Su papá volvió?
Sí, volvió a los nueve años. Ya no era lo mismo, aunque sus últimos seis años vivió conmigo. Nos reconciliamos bien, muy bien. Terminamos bien.
¿Por qué dice que se reconciliaron?
Porque con mis hermanos, en nuestra infancia, pensábamos que él nos había abandonado. Entonces eso queda, es inconsciente. Y en realidad no tuvo otra opción: tuvo que huir o de lo contrario lo mataban. ¡Mi padre se fue con una herida de ametralladora en la panza! Vivió en Tucumán ocho años y creo que un año en Buenos Aires.
¿A qué se debe su apodo, “Minina”?
Justamente era el apodo de él. “Roly” insistió en que me haga llamar así. Decía que era una forma en que los hijos podíamos honrar la memoria de nuestros padres. Él le puso a la academia el apodo de su padre, “Tahuichi”. Eso fue una lección de principios.
¿Usted fue el único de sus hermanos en dedicarse al fútbol?
No, mi hermano mayor jugó en Blooming; era el mejor para el fútbol, un capo. El segundo también fue muy bueno; estuvo en Real Santa Cruz. Los otros dos varones se dedicaron a estudiar nomás. Pero, al final, todos nos profesionalizamos y cada quien siguió un rumbo distinto.
¿Cuándo dejó usted la Tahuichi? ¿Dónde se fue a jugar?
A Real Santa Cruz, en mi barrio. Antes de jugar en la Tahuichi, estuve en Real. Ahí fue donde me vieron y de donde me trajeron a la academia. Al volver jugué un año y medio, en la época del narcotráfico. ¡Eran los narcotraficantes los que manejaban Real! Me repugnaba. Recuerdo que llegaba un narco en su Mercedes Benz blanco, descapotable, para dos personas nomás, y los entrenadores paraban la práctica para que juguemos con él. Yo me rebelaba y me iba.
¿Y no le llamaban la atención?
El presidente me decía “tenés que ser más disciplinado”. ¡¿Qué disciplinado?! Yo soy el jugador, él no es el jugador, le respondía.
¡Ah! ¿Esa persona no era futbolista?
No, ¡practicaba por practicar! Y lo peor era que llegaba y todos le rendían pleitesía. Usted sabe: somos un pueblo que idolatra lo que no es correcto. Ese perfil lo hemos tenido siempre. Por eso es que en Santa Cruz se necesitan personas que rompan moldes, que bolivianicen el mensaje cruceño; hombres locos como “Roly” Aguilera y Édgar Peña.
¿Usted es profesional gracias al fútbol?
No. Estudié Comunicación mientras trabajaba en el Banco Unión, cuando era privado, no estatal como ahora. Más adelante, por un verdadero regalo de Dios, tuve la oportunidad de formarme en Liderazgo en Desarrollo Humano, en México. El fútbol me dio grandes conquistas. Con el equipo Tahuichi logramos muchos triunfos, en parte porque había personas trabajando a nuestro alrededor. Fuimos casi un experimento: nadie apostaba por divisiones menores, pero a nosotros nos entrenaban como a mayores. Y, gracias a Dios, funcionó. A los cinco años ya estábamos cansados de tanto fútbol, porque lo ganábamos todo (risas). Vivíamos prácticamente fuera de casa, parábamos viajando, siempre compitiendo.
¿Por eso dejó el fútbol?
No. Lo que pasó fue que, en mi equipo, Real Santa Cruz, empezaron a contratar extranjeros y a los jóvenes nos dejaban de lado. Yo reclamé mi espacio, pero no me lo dieron. Entonces acepté la invitación de un empresario para jugar en Argentina y Uruguay. Estuve dos meses por allá y, cuando regresé, me castigaron con un año de suspensión. Durante ese tiempo me llegaron ofertas de todos lados, pero Real se negó a darme el pase. Entonces decidí castigarlos yo a ellos: no jugué más. Me fui a trabajar al banco, y fue ahí donde “Roly” me buscó para ofrecerme ser gerente de la Tahuichi.
¿Él confió mucho en usted?
Él sabía que yo destacaba comandando. No era burro y jugaba bien, pero más destacaba por comandar.

«Minina» lleva el apodo de su padre, siguiendo el consejo de «Roly» Aguilera.