Entrevista

GABRIEL PERALTA: «MI MARUTI DIRÍA: “ESTE LOCO NO SABE MANEJAR BIEN, PERO LE PONE CORAZÓN”»

El exreportero de farándula, fotógrafo de bodas y ahora motoviajero, convierte cada giro de su vida en una historia digna de contar.
Rildo Barba

La vuelta a Bolivia de Gabriel Peralta es un recorrido de 3.400 km.

Siempre he creído que a Gabriel Peralta le falta un tornillo. Es diseñador gráfico, pero no se conforma con quedarse en una sola etiqueta. Ha trabajado como fotógrafo de bodas, incluyendo sesiones de boudoir, y también fue reportero de farándula, rol que lo llevó a ser coronado como Rey Momo del Carnaval 2010.

Durante la cuarentena sorprendió a todos con su faceta más doméstica, anunciándose como “marido de alquiler” para hacer reparaciones y todo tipo de trabajos hogareños. Así es Gabriel: impredecible, inquieto y creativo.

En la pasada Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra, vendió todos los ejemplares de su primer libro, Clandestino, donde comparte anécdotas propias y, como buen “socialero”, también ajenas —con humor, picardía y mucha ironía.

Hoy explora nuevos rumbos como motoviajero, recorriendo caminos y documentando sus experiencias sobre dos ruedas. Su vida es una celebración de la versatilidad, la osadía y el afán de hacer lo que le da la gana. Y siempre con buen humor.

¿Cómo nació la idea de hacer este viaje por Bolivia en moto?

La idea surgió como un sueño de adolescencia, pero se hizo realidad cuando mi papá me regaló una moto. No era sólo un vehículo, era un mensaje: aprovechá lo que tenés para vivir lo que amás. Con el tiempo, dejó de ser un “algún día” y se convirtió en un “ahora o nunca”.

¿Qué te motivó a salir ahora? ¿Estabas huyendo de alguien?

Era el momento perfecto porque no existe el momento perfecto (risas). No huía de nada ni celebraba nada; nomás sentía que, si no lo hacía ahora, la rutina acabaría sepultando el sueño. Bolivia no iba a esperarme.

¿Qué moto estás usando y por qué elegiste esa en particular?

Es una Maruti 125cc, mi burrita de acero. No es la más rápida ni la más bonita, pero es la que mi papá me dio, y eso la hace invencible. Sí, me ha dejado parado un par de veces, pero siempre nos contentamos.

¿Qué llevás con vos?

Lo básico: una mochila con ropa, herramientas (un desarmador, llaves, parches para la moto), un cuaderno para anotar historias y una olla pequeña por si hay que cocinar en la ruta. También llevo una piedrita que recogí en Rurrenabaque: mi amuleto contra las malas vibras.

¿Dónde dormís normalmente?

En carpa cuando no hay más remedio, en casas de gente generosa que me invita a pasar la noche (¡bendita hospitalidad boliviana!), y a veces hasta en estaciones de servicio.

¿Te bañás?

(Risas) El baño del aventurero es un arte: toallitas húmedas, ríos cuando hay suerte y, a veces, hasta un balde de agua en una gasolinera. La higiene es… relativa.

¿Cómo has enfrentado los distintos tipos de climas?

Del horno del oriente al frío cortante del altiplano, he aprendido a vestirme en capas y a nunca subestimar el clima. Lo peor fue una granizada en la carretera a Oruro: terminé refugiado bajo un puente como un perro mojado.

¿Te has escaldado?

¡Uf, sí! El sol en Rurrenabaque o la humedad en los Yungas pueden ser brutales. Una vez me quedé dormido bajo un árbol y desperté con la cara roja como un tomate. Ahora hasta la sombra es mi aliada.

¿Te duelen las nalgas después de tantas horas en la moto?

¡Como si me hubieran dado una paliza! (risas) Pero descubrí el truco sagrado: parar cada dos horas, estirar las piernas y cambiar de posición.

¿Has pensado en abandonar alguna vez?

Claro. Hubo un día en el que la moto se apagó, no arrancaba, estaba sudado y sólo en medio de la nada, en el tramo entre Tupiza y Tarija. Pensé: ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Pero, al día siguiente, el amanecer sobre los viñedos en Tarija me recordó por qué.

¿Qué es lo que más extrañás mientras viajás?

El café que hace mi esposa (Carmen Suárez) y su voz preguntándome: “¿Ya comiste?” (risas). También extraño mi cama, pero ahora hasta el sleeping en el suelo parece cómodo después de 10 horas en la moto.

¿Qué es lo más hermoso que has visto o vivido en el camino?

Un atardecer en el Salar de Uyuni, donde el cielo y la tierra se fundían. Pero más que los paisajes, lo que me marcó fue una señora en un pueblito llamado Mal Paso, que me invitó a compartir su mesa «porque nadie debe viajar con hambre».

¿No te da miedo morir en las carreteras?

El miedo siempre está ahí, sobre todo en curvas cerradas o por camiones que pasan rozándote. Una vez casi me caigo en un barranco, pero la moto y yo nos entendimos en el último segundo. Ahora sé que el respeto al camino es lo que te mantiene vivo.

¿Cómo te trata la gente en los pueblos y ciudades?

En los pueblos chicos, la gente es curiosa y generosa: me ofrecen comida, consejos y hasta reparan mi moto. En las ciudades a veces soy invisible, pero siempre hay alguien que se acerca a preguntar: “¿De dónde venís?”.

¿Te ha cambiado este viaje?

Ya no soy el mismo. Antes me preocupaban cosas que hoy parecen ridículas. Ahora valoro el silencio, un plato de comida caliente y la sonrisa de un desconocido.

¿Tenés pensado cuándo o dónde terminar este recorrido?

Terminaré donde empecé, en Santa Cruz, pero no será un final, sino un hasta pronto. Bolivia es demasiado grande para un solo viaje.

Si tu moto hablara, ¿qué diría de vos?

Mi Maruti diría: “Este loco no sabe manejar bien, pero le pone corazón. Y aunque a veces me maltrata en los caminos de tierra, siempre me arregla con cariño”.

Conocer gente es lo que más disfruta, aparte de los diversos paisajes.


Fotos: Gentileza de Gabriel Peralta

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