El poeta de la Calleja es también corrector de textos y maestro de escritura creativa. Está feliz de haber expuesto sus pensamientos en 11 países y de tener tres gatos en su casa-biblioteca.
“Puky” Gutiérrez tiene un superpoder. «Soy un ser de palabras: ellas me habitan, las escribo, las leo, las corrijo…», dice con la parsimonia con la que lee sus poemas en la plazuela Calleja de Santa Cruz de la Sierra o en los encuentros internacionales donde asiste como invitado.
Durante nueve años ha sido promotor de “Poesía en la Calleja”, un evento público y gratuito que además de presentaciones poéticas terminó mostrando música, pintura y hasta moda. «La Calleja se encarga de hacer cosas por mí; cosas muy importantes, invisibles y hermosas. Ella tiene sus gentilezas conmigo y creo que es la verdadera poeta de la ciudad».
Siempre usando palabras llenas de significados, “Puky” cuenta que su arte lo ha llevado a viajes internos y externos inolvidables. Ya son 11 los países que lo han escuchado exponiendo sus pensamientos y dando talleres de redacción. En 2022 estuvo en el 32.° Festival Internacional de Poesía de Medellín, experiencia que califica como la consolidación de una ruta poética individual y colectiva.
Por lo visto hay buen público para la poesía…
Los poetas estamos viviendo buenos tiempos y los bolivianos estamos visibilizando al país hermosamente a través de la poesía y de la literatura. Ahí están como ejemplo Gabriel Chávez Casazola y Valeria Sandi: sus poemarios han sido publicados en otros países. Otras son nuestras queridas Giovanna Rivero y Magela Baudoin, que están haciendo una gran labor con la narrativa boliviana en Estados Unidos. A ellas debemos sumar la indudable calidad literaria de Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi, que recientemente ganó un premio.
¿Y por qué creés que se están dando esos buenos tiempos?
Las situaciones son multicausales: tenemos una generación talentosa, la posibilidad de exportar nuestro arte a través de las redes sociales y los contactos que son importantes, pero que si no tenés talento, ¿de qué sirve? Por otro lado, he notado que muchas personas han decidido apostar por la literatura en postítulos, talleres y viajes artísticos a lugares que no son precisamente casinos y playas. Ahí vimos a nuestra amiga “Charito” Arzabe tomando cursos de escultura en Europa. Es decir, hay gente nutriendo su alma de artista.
¿Desde cuándo escribís?
Desde hace muchos años. Debo decir que antes que nada soy un lector y, en mi caso, la poesía es un rebalse de palabras. Mi casa es una pequeña y hermosa biblioteca. Publiqué mi primer libro en 2003, junto a Alejandra Barbery y Alfredo Rodríguez; se tituló “Tres al hilo”.
¿Por qué tan tarde?
No me animaba a llamar poemas a lo que venía escribiendo (risas), pero resultó que tenían cierta creatividad, profundidad y musicalidad. De ahí vinieron poemarios autoeditados, hasta que la editorial chilena Bukowski lanzó mis “Malas compañías”. Autopublicarme ha sido una experiencia muy satisfactoria.
Aquí surge una pregunta que, si bien puede parecer atrevida, pero es justa y necesaria: ¿De qué vivís?
Debo decir que soy afortunado porque los apoyos de un par de empresas me permiten pagar lo básico. Yo quisiera ser un gestor cultural, para darle a esta ciudad una editorial donde nuevos autores puedan publicar sus trabajos o para reeditar clásicos; pero no alcanza. Aparte de eso, lo que hago son correcciones de textos y dar talleres de oratoria y de escritura creativa; básicamente con eso me las bato. Tengo cierto don para encontrar la coma o la tilde que faltaba.
Definitivamente, el arte no siempre da plata…
Ayer conversaba con unos amigos al respecto. Esta profesión no da respaldo social, aportes a la AFP ni seguro médico. ¿Has visto las veces que los poetas tuvimos que hacer kermeses para pagar una deuda de clínica u hospital? El ser artista es eso, un desafío; pero yo no lo pongo como una victimización. Pienso que eso nos hace ser más queridos, porque somos personas que intentan plasmar lo que tienen dentro.
¿Qué tenés en tu biblioteca; solo poesía?
¡De todo, mi hermano! Tengo un mueble enterito de poesía de autores consagrados, universales. También hay un espacio para poesía cruceña con más de 120 libros. Como me gustan tanto las novelas y cuentos, hay lugar para ellos, para la historia y para la literatura esotérica, la dedicada a la exploración de lo espiritual. Recientemente, inauguré un lugar para libros antiguos; el más antiguo que tengo data de 1825, el año de la Independencia. ¡Bellísimo!
¿Te has enamorado por la poesía?
En la plazuela Calleja he coincidido con personas que han sido muy importantes y memorables. Y sí, yo creo que mi condición de poeta y ciertas habilidades con la ‘tacuara’ me han ayudado con la seducción; pero la billetera mata galán (risas). Creo que la habilidad de pronunciar palabras es una suerte de magnetismo; la gente se siente atraída por alguien que es diferente a los opas de siempre.
¿Vos hablás de todo?
A mí me interesan desde los sumerios hasta la física cuántica. Entonces, imagino que las lecturas me han ido sazonando, lo que, por supuesto, ha producido algunos amores; es el caso de mi actual pareja, Viviana Vargas.
También tenés amores gatunos; hay varias fotos de vos con ellos en tu ‘face’…
Sí, actualmente mi vida se ha enriquecido sentimentalmente por la presencia de Puskas, con quien tengo una convivencia desde hace seis años. Tengo también a Yoyito, el guapo Yoyo, que se cayó del quinto al primer piso y está vivo; es un milagro. Y como a mí me ocurren cosas maravillosas, una amiga me obsequió una gata persa, bellísima, se llama Leonciña. Ellos son esas pasiones que me mantienen vivos.
Sos Oscar Gutiérrez Peña, ¿por qué te dicen “Puky”?
Cuenta la leyenda familiar, que cuando llegué recién nacido a la casa, mi prima “Negrita”, un año mayor que yo, balbuceó “puquiquito”, por decir muñequito. Finalmente, la disminución se convirtió en mi identidad. De hecho, tengo libros donde no aparece mi nombre y está firmado por un tal “Puky”. Se ha convertido en una especie de alter ego, un personaje que me habita. Y parece ser que él es el travieso, el que escribe.
¿Tenés hijos?
No, nunca, ni ‘achacau’ (risas). Creo que ahí también hay una multicausalidad: no se dio el tema del matrimonio y de tener hijos; pero también pienso que es parte de mi destino. Mi vida me encanta; debo ser una de las personas que más feliz está con su forma de vida. Pero, realmente, tengo muchas bendiciones: desde los gatos a los sobrinos, y mi pareja que a veces me hace renegar (risas). Otra causa es mi carácter: soy insoportable.
¿Alguien más en tu familia que guste del arte?
Mirá, mi abuelito, don Oscar Peña Franco, pero no el periodista que también era mi pariente, era un virtuoso de la guitarra. Mi abuelita, Amalia Melania Talamás, vallegrandina como él, tocaba el acordeón y sabe coplas de memoria, sobre todo esas que son malcriadas (risas). Entonces, ambos tenían temperamento artístico. Aparte de eso, yo viví 10 años en La Paz con mi tía Mery Peña Franco, profesora de Cívica, Historia y Geografía, y en su casa había el artefacto que encausó mi vida: una biblioteca. Así que de ahí vengo yo, de esas vertientes maravillosas. No hay nadie más en mi familia que guste de escribir; soy la oveja pelona de la familia (risas).
Foto: Caligari García (Facebook de «Puky» Gutiérrez)