En la sala de su casa, la psicopedagoga cruceña habla sobre la importancia de ponerle límite a los niños y de una antigua forma de educar: la guasca.
Llevo media hora esperando a que Susana Gutiérrez termine una sesión con mi nieto de nueve años. Estamos en su casa, cuyo living se convierte en consultorio los fines de semana. La psicopedagoga parece una maestra de kínder hablando con el niño… o una mamá cariñosa. Con diversas actividades —y en varias sesiones— descubrirá por qué se le dificulta el aprendizaje en el colegio y, obviamente, dará pautas para cambiar esa situación.
Susana empezó a trabajar en 2005 en una profesión que, según ella, ocupa “material humano”. «Mientras los médicos sanan y salvan vidas, nosotros tenemos el don de sanar corazones», indica. «Cada logro alcanzado por las personas a quienes tratás, por más chico que sea, provoca siempre una gran satisfacción. Pues sabés todo el esfuerzo y compromiso que hay detrás de ello».
La siguiente entrevista surgió sin pensarlo. Fue por pura curiosidad de lo que hace y por saber su opinión profesional sobre educación. Una consulta extra.
¿En qué ocasiones es urgente que un niño o adolescente visite al psicopedago?
Cuando se observan dificultades en el proceso de aprendizaje y/o existe la sospecha de que el niño o adolescente tenga algún tipo de trastorno, siendo necesario iniciar la investigación desde la evaluación.
¿Hay alguna edad apropiada para la consulta?
Los seres humanos estamos en constante aprendizaje desde nuestro cero año de vida hasta nuestros 99, por así decirlo. El psicopedagogo puede iniciar la intervención prácticamente desde el nacimiento del niño con la Estimulación Temprana Multisensorial y durante todo el ciclo de vida, siempre que se presente la necesidad.
¿Cuáles son los mayores problemas con los que enfrentan los chicos ahora?
Mirá, claramente hay un después de la pandemia. Yo llamo a la generación de ese tiempo los “pandemials”, que son chicos que se vieron profundamente afectados en sus habilidades sociales. Aunque no lo creás, aún les está costando socializar y relacionarse con otros niños. Asimismo, y a pesar de los esfuerzos de los colegios, la parte académica no se logró abordar al 100 %, por lo que a la fecha se observa lagunas en el aprendizaje.
¿Hay problemas causados por la tecnología?
¡Claro que sí! Aunque la generación actual es nativa tecnológica, todo exceso sin control tiene consecuencias. Entre las principales te podría nombrar: dormir menos de lo necesario; incremento del sedentarismo, lo que acarrea problemas en la coordinación, motricidad gruesa e incluso puede producir obesidad; problemas de atención y concentración; mala conducta; retraso en el desarrollo del lenguaje; problemas para la interrelación; y problemas en la vista y dolores de espalda.
Mucha gente cree que los niños de ahora son más inteligentes que antes, ¿vos que decís?
En todas las épocas hemos tenido mentes brillantes. Sin embargo, yo pienso que ahora los chicos son más estimulados. De repente allí radica la pequeña gran diferencia.
¿Por qué creés que hay tanto niño malcriado?
Porque los padres se han olvidado de la importancia de poner límites. Ahora vos escuchás a los que dicen “yo soy amigo de mi hijo” y no, el padre nunca tiene que ser amigo de su hijo. El padre es padre; si lo ponemos en un organigrama, el padre tiene que estar arriba de sus hijos, como una autoridad. Una cosa es generarle un vínculo de confianza al chico y otra diferente es ponerte a su mismo nivel. En el momento que esto sucede le estás dando luz verde para que te pierda el respeto. Otro tema que influye mucho es que en la actualidad los papás trabajan y están más tiempo fuera de casa; entonces los hijos quedan al cuidado de segundas o terceras personas y no hay una unificación con su estilo de crianza, y, en consecuencia, los chicos no saben de límites.
¿De niños de qué edad me estás hablando?
En general. Desde el bebé que necesita de una rutina y estructura diaria para ir teniendo límites a partir de los dos años; te estoy hablando de un niño en la etapa de la infancia y de un adolescente, que es donde más se manifiesta la mala crianza.
Los buenos modales, el saber comportarse, ¿desde qué edad se debe enseñar?
El saludar, el comer en la mesa, el saber comportarse en casa ajena, el pedir por favor, el decir gracias… Todo eso se aprende en la primera infancia. Los niños pequeños deben aprender las normas de convivencia social, desde el simple hecho de llegar a la casa de los abuelos y saludar. Los padres no deben decir “no, es que a mi hijo no le gusta saludar”. Y no, no es que no le guste, lo que pasa es que sus padres no le enseñaron a hacerlo. Está bien que no dé besos ni abrazos, es suficiente un “hola, abuela”, “hola, tío”, “hola, señora”… Esto se aprende desde los dos años de manera estricta, por eso se dice que viene de cuna. Si en tu casa no te enseñaron buenos modales, serás siempre un malcriadazo.
Mi padre decía que en sus tiempos no había psicólogo, psicopedagogo ni nada parecido, que para corregir estaba “Pedro moreno” (el cinturón). ¿Es necesaria la guasca en la educación?
Es verdad: nuestros padres y los maestros de antes eran psicólogos empíricos. Como ahora tenemos a profesionales dedicados a corregir conductas, se descansa mandándolos con ellos por todo y por nada, cuando el problema generalmente está en casa. Y, definitivamente, no te traumará ni matará una tratada con ajos y cebollas, y tampoco lo hará una guasqueadura. Si la guasca está entre los métodos de castigo de los padres, hay que saber cómo darla; no se puede guasquear hasta masacrar al niño o al adolescente. Debe ser como una llamada de atención y en su momento; no podés dársela por algo que hizo hace una semana porque no es retroactiva ni preventiva.
¿Qué me decís de la “crianza respetuosa”? Esa que dice que hay que evitar gritarle o guasquear a los chicos…
Hay que manejarla con pinzas. La crianza respetuosa no significa dejar que los niños hagan lo que deseen; sí o sí hay que establecer límites en ellos. Si bien el castigo corporal y los gritos pueden resultar humillantes y crueles, los padres están en la obligación de poner reglas y disciplinar a sus hijos.