Lleva 25 años esculpiendo. Asegura que los desafíos de sus clientes lo han hecho crecer. Hay obras suyas en hoteles y domicilios de Santa Cruz, La Paz y en el extranjero.
Don Hugo Quinteros está vendiendo su casa en Samaipata. Necesita dinero para construir un parque de piedra con el que pretende sumar los atractivos de esa población situada a 123 km de Santa Cruz de la Sierra. Sus amigos le dieron la idea el año pasado y ya tiene el terreno para hacerlo. Allí mismo se irá a vivir para poder administrar a cabalidad el sitio turístico.
Aunque no lo confiese, es perceptible su tristeza al hablar de la venta de la casa que construyó con esfuerzo y mucho talento. El inmueble bien pudo servir para la filmación de El señor de los anillos: sus habitaciones recubiertas de piedra con detalles de madera son tan atractivas como su jardín, una permanente galería de arte, su arte: esculturas pétreas en diversas dimensiones están dispuestas desde el mismo ingreso. Así, un apache da la bienvenida al visitante; luego aparecen tortugas, sapos, osos, halcones, salamandras… Y no faltan los objetos utilitarios como las fuentes de agua, letreros, bancas y morteros, ¡todo hecho a mano con martillo y cincel!
Don Hugo llegó de Saipina siendo niño. A sus padres agricultores jamás se les hubiese ocurrido que iban a tener un hijo escultor. ¿Cómo pasó eso? Estando trabajando en las ruinas de El Fuerte como excavador para un equipo de arqueólogos alemanes, atendió el reto de armar un antiguo monte inca derruido. Lo hizo tan bien que se quedó con ellos y al estar en contacto con la enorme roca tallada supo que él también podía dar formas extraordinarias a las piedras. Lleva la mitad de su vida haciéndolo: tiene 50 años.
Trabaja con arenisca y también con piedra de río. Personalmente se encarga de buscarlas o de arrancarlas de las montañas porque solo él conoce el tamaño necesario para realizar las obras que imagina o las que tiene por encargo. «Los clientes me hacen muchos desafíos y gracias a eso he crecido», indica. Sus piezas ocupan distintos sitios abiertos de Samaipata y decoran hoteles y domicilios en Santa Cruz y La Paz; asimismo, muchas han ido a parar Estados Unidos, Chile, entre otros países. «Me gusta lo que hago; nunca una escultura es igual a otra. Además, trato de que sirvan para algo más que solo arte».
Al hombre no le falta trabajo. Cuando le faltan manos y el tiempo apremia recurre a personas a las que enseñó el oficio. Su hijo de 24 años es una de ellas y el maestro asegura orgulloso que su vástago le gana con los detalles. Seguro que él formará parte del equipo con el que levantará su parque. «Es un legado que quiero dejarle a Samaipata», puntualiza.