Discreto con su vida personal, se entusiasma al hablar de la música barroca de la Misiones de Chiquitos, cuyo festival dirige y promociona. El religioso polaco lleva 43 años en el país y asegura que se quedará en Santa Cruz de la Sierra hasta su último respiro.
Por RILDO BARBA
El padre Piotr Nawrot se deshace en alabanzas al referirse a la señora que le hace los quehaceres domésticos. «No sé qué haría yo sin ella; es de otro planeta», asegura. La mujer interrumpió esta entrevista con una llamada al celular del religioso, para cerciorarse si los trabajos de jardinería que hacían en su casa en ese momento eran los que él había pedido. Él siempre está disponible para atenderla, como a todos los que lo solicitan.
Nació en Poznan, Polonia, diez años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Sus padres, un constructor de casas y una costurera, le inculcaron a él y a sus siete hermanas la práctica de algún instrumento. A los seis años, ya seguía una tradición de su país: formaba parte de un coro de niños y más tarde empezó a tocar clarinete y saxofón.
Cuando ingresó al seminario de la Congregación del Verbo Divino siendo casi veinteañero, se interesó en el canto gregoriano y en la ópera, pero estudió Filosofía, Teología y Sociología. Nada hacía presagiar que terminaría dedicado a la música misional en un lugar distante a su tierra y que sería el director del Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana “Misiones de Chiquitos”.
Tiempo después fue que obtuvo el doctorado en Artes Musicales, en Estados Unidos, con una tesis sobre la música misional. En 2012 recibió la Mención Honorífica del Premio Internacional Reina Sofía de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural. «Ahora veo el dedo de Dios en todo lo que hice», expresa.
Actualmente, el padre Piotr reza misas los domingos en su barrio y en la iglesia Juan Pablo II del Urubó, donde también celebra bautizos y bodas. Su espíritu misionero y de educador lo hace estar sólo siete meses en Bolivia, el resto del año imparte clases en universidades del extranjero.
¿Por qué decidió ser sacerdote?
Creo que nunca lo decidí yo (risas). Dios es terco; él fue detrás de mí. No, no fue fácil tomar una decisión así y más aún si desde niño estuve en otra. Lo que sí sé es que vivo feliz, cosa que de repente no iba a suceder en otro ministerio. Es un llamado que uno analiza, que no se sabe cómo resultará, pero que en ese momento es lo que se quiere. Es una pena que en esta modernidad eso sea cada vez más temible y menos atractivo; para mí fue apasionante.
¿Alguna vez se arrepintió del camino que siguió?
No, no me arrepiento y tampoco es que todas las cosas me hayan salido bien; si alguien piensa que mi vida ha sido sólo éxito está bien equivocado. ¡Pucha! Una de las cosas que agradezco a Dios es precisamente por lo que no resultó, caso contrario iba a ser el hombre más orgulloso del planeta. La vida tiene ganancias y también momentos de reflexión sobre lo malo que nos pueda ocurrir; pero todo le puede servir a uno para ser mejor ser humano.
¿Cómo es que llega a Bolivia?
Yo llegué a América en 1981, al Paraguay. Allá me envió la orden religiosa a la que pertenezco. Trabajamos en casi 80 países y nuestro fuerte es la misión y educación. Cuando terminé el seminario, le pedí a mis superiores que me manden a Japón o China, donde tenemos prestigiosas universidades. Buena sorpresa me dieron enviándome a Sudamérica, a un país en el que nunca me vi.
¿No se imaginaba usted en esta parte del mundo?
No; pero como la vida religiosa misionera me atraía, entonces no hice tantas diferencias entre si llegaba a Paraguay, a Japón o a China. Claro que quise licuar toda Roma (risas), pero el misionero tiene que tener pasión por entender y aprender; enriquecerse con los valores de los demás. Yo quería entender a la gente y aprender de Dios para luego compartir lo que entiendo y lo que soy. Allá fue que vi las reducciones jesuitas guaraníes y enloquecí.
¿Qué lo hizo enloquecer?
Las ruinas, los cuadros, las esculturas… ¡Conocí una cultura muy avanzada! Sentí la espiritualidad de la gente que vivía todavía con rezos del siglo XVIII, con una cosmovisión muy auténtica, pero al mismo tiempo muy cristiana. Y yo pues soy músico, y no podía creer que tengamos tremendos templos, literatura y todo lo demás, y no haya música. Comencé a leer, a buscarla; las descripciones de la vida en las misiones del siglo XVII y XVIII estaban llenas de referencias de ella. Era obvio que la hubo, pero ya no existía en Paraguay, Uruguay y Argentina.
¿Y cómo llegó a Bolivia?
Después de tres años de estar en Paraguay, tuve la oportunidad de estudiar musicología y música sacra en Estados Unidos por una beca de la Universidad Católica, en Washington. He pasado muy buenos años allá, me ha ido rebién; no sólo en lo académico, sino también en otros aspectos. Tras defender mi tesis, en 1991 llegué a Bolivia a comenzar mis estudios de la colección de Chiquitos. Alguien me dijo que acá había algo de la música misional y vine a estudiarla.
¿Cómo fue su encuentro con Chiquitos?
Hans Roth (arquitecto y jesuita suizo conocido por su trabajo en la restauración de las Misiones Jesuíticas de la Chiquitania) me contó que había gente que cantaba en latín y que tocaba instrumentos, entonces era obvio que después de casi 300 años tenían que tener algún apoyo o referencia. Llego y Hans me muestra música traída de San Rafael y Santa Ana, porque el corpus de música barroca de las Misiones fue guardado en San Rafael; hoy está en Concepción, donde se creó el archivo musical. Cuando vi esa música, en segundos, pero literalmente en segundos, supe que mi vida estaba cambiando; que hubo un antes y habría una consecuencia de ese momento hasta que yo cierre los ojos para siempre.
¿Por qué cree que en esa zona del país sí había música y no en las otras misiones del continente?
Porque la gente tuvo otra conciencia; la guardó al considerarla propia, como una historia de su conversión. En las Misiones hubo un proceso de apropiación, contrario a lo que pueden decir algunos historiadores de que esta música fue impuesta a los indígenas. Ellos transformaron la música que les trajeron de Europa: le quitaron o aumentaron, y así la interpretaron. En Moxos, me hicieron un examen de fe y de conocimientos para saber lo que yo quería hacer con su música; allá me dieron una clase de filosofía que ninguna universidad en el mundo podría darme. Me dijeron “qué suerte que llegas aquí, porque si esto se pierde todos nosotros nos morimos”.
¿Cuántas obras musicales de las Misiones Jesuíticas hay?
Hoy en día, el barroco misional en Bolivia tiene casi 13 mil páginas. Moxos guarda las suyas en San Ignacio de Moxos; Chiquitos en Concepción. Es inmenso, y es tan rico estética y espiritualmente que, si se perdiera, sería como que la humanidad perdiese las pirámides de Egipto o las de México.
Padre, ¿qué de particular tiene la música misional barroca?
La música misional barroca es muy espiritual; habla directamente al corazón. Es una música que respeta mucho la mentalidad, la estética y la expectativa de la sociedad de la que surgió y a la que estaba destinada. Esta música, además, busca cómo reflejar en melodía, armonía y ritmo el significado de los textos dedicados a Dios.
¿Cómo es que surge la idea de hacer el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana?
Una señora de Colombia, Amalia Samper (directora coral y pedagoga musical), visitó las Misiones y vio mis estudios que habían comenzado a publicarse; entonces un día se le escapó de la boca: “Tienen todo, ¿por qué no hacen un festival?”. Habló del tema con Marcelo Arauz (gestor cultural cruceño que en esa época fungía como autoridad cultural nacional) y este lo hizo con sus amigos. Como el único que había estudiado esa música era yo, me contactó en La Paz y fui parte activa para la creación del primer evento en 1996, cuando no existía APAC (Asociación Pro Arte y Cultura que actualmente lo organiza). APAC es consecuencia del éxito del primer festival, realizado como una acción de varios individuos.
¿Qué hacía usted en La Paz?
Yo viví 19 años allá, porque cuando llegué a Santa Cruz no conseguí trabajo. Con la agrupación Coral Nova, dirigida por Ramiro Soriano, hicimos los primeros ocho programas de música misional en Bolivia. Fue en La Paz donde se escucharon las primeras melodías barrocas.
¿Cómo es que llegó a Santa Cruz y no consiguió trabajo? ¿Acaso los sacerdotes no llegan a un lugar con trabajo de sacerdote?
Sí, pero yo no soy sacerdote que recibe una parroquia. Al haber muchas universidades, colegios y escuelas elementarias de las órdenes religiosas y de las conferencias episcopales en el mundo, me dedico a la docencia; soy miembro de un instituto de antropología en Alemania y a lo largo de mi vida he enseñado en más de 40 universidades.
Disculpe que le pregunte, pero ¿qué pasará con el festival cuando usted ya no esté?
Ahora tengo una asistente con altas posibilidades de ser mi sucesora. Eso se tendría que analizar y que Santa Cruz decida. Si bien el festival tiene mi marca, mi lectura y mi comprensión, pero no necesita ser siempre igual. Llevo 30 años en esto y creo que he cumplido mi tarea.
¿Quiere dejar la vicepresidencia de APAC?
No quiero desvincularme, puedo tocar el segundo violín y si el primero quiere algo de mi conocimiento lo puede tener; pero sí tiene que producirse el momento de transición en la dirección artística del festival. APAC es nuevo, el viejo soy yo; el presidente (Percy Añez Castedo) acaba de cumplir 32 años y es un extraordinario presidente. En el directorio tenemos cinco jóvenes y entre los demás, Cecilia Kenning y yo, somos los más viejos.
Padre, ¿lo molesta la falta de apoyo al festival de parte del Gobierno central?
No me quejo. Hubo gobiernos que apoyaron más y otros menos. Hubo alcaldías que lo hicieron y después ya no. La tarea es seguir en la lucha. Si este año no me abrieron la puerta, volveré en dos años. Y si me cerraron la puerta entraré por la ventana (risas). Estoy compartiendo algo que es tan bello, tan singular, y debo ser constante. Ante todo esto, siento el apoyo de la sociedad que valora y disfruta el festival.
¿Y qué me dice de Impuestos Nacionales? Le pregunto por el inconveniente que tuvieron en el anterior festival ante la dosificación de facturas para la venta de entradas…
La verdad es que en ningún momento en APAC hemos creído que Impuestos haya querido fregarnos. Han trabajado duro, pero algo en el sistema informático les ha fallado; porque pasaron horas y semanas con nosotros viendo el tema de las entradas (para el festival de 2022). Pero llegamos al momento crítico de tomar una decisión e hicimos el evento gratuito. Y esto ha sido una linda clase: la gente se sintió más cerca de nosotros que nunca.
¿Cuál es el análisis que hace de su vida?
Que en los 43 años que vivo acá, he conseguido lo que buscaba en la vida y estoy seguro de que ni en mi país eso hubiese pasado. Gracias a Dios y a la gente que encontré pude tener éxito en muchas cosas. Mira, si voy al cielo y esa gente con la que he compartido en las Misiones no está allá, yo le digo “chau” a Dios. Definitivamente, yo me quedaré hasta mi último respiro acá.
¿Eso lo decidió usted o Dios?
No, no. Mis superiores tendrían que decidirlo, pero yo les daré una pelea fuerte. Tengo 69 años y cuando uno se jubila necesita estar en un lugar que conoce. No me interesa la riqueza que pueda tener en Europa y el tiempo que pueda vivir allá, lo que me importa es la gente con la que hice mi vida.
Entonces es feliz en este país…
En Bolivia he encontrado la felicidad más profunda y duradera. Cuando yo vuelvo a mi ciudad, la primera semana me encanta; el tráfico es de lo más ordenado que hay en el mundo, ¡pucha, qué bello! Nadie dobla sin guiñador, a nadie se le pasa por la cabeza desobedecerle al policía de tránsito… Pero a la tercera semana volvería parado en un avión. Ya necesito del espíritu de la gente de acá, de su autenticidad. No niego los problemas que hay acá: ¡Quién no ha dicho tres palabras cuando hay bloqueos! No me gusta el calor de Santa Cruz y si fuera por el clima viviría en Potosí.