Entrevista

JULIO CÉSAR CABALLERO: «EL PERIODISMO ES COMO UN VIRUS QUE TENGO CONTROLADO»

El director ejecutivo de la Fundación Nacional Vida Segura es una figura comprometida con el servicio a los demás. Su destacada trayectoria en el periodismo y su labor diplomática ante El Vaticano le han valido un lugar de reconocimiento en el país.

Caballero es comunicador y abogado; tiene una maestría en Comunicación Estratégica.

Hay quienes encuentran su vocación en la infancia, otros en la madurez, y están quienes la descubren como un hilo que atraviesa toda su vida. Es el caso de Julio César Caballero Moreno, periodista de alma, diplomático por designación presidencial y servidor de la Iglesia católica por convicción profunda. Su vida ha transitado por los medios de comunicación, el ámbito político y las altas esferas del Vaticano, pero todo tiene un punto en común: su fe, vivida con pasión, cuestionamientos y entrega.

En esta entrevista, el hijo de un laboratorista clínico y una enfermera nos habla del descubrimiento del Espíritu Santo en su adolescencia, de su paso por los medios bolivianos, su experiencia como embajador ante la Santa Sede y su cercanía con el papa Francisco. Pero, sobre todo, nos revela que detrás de cada decisión —incluso las más complejas— ha estado siempre un mismo motor: el amor.

¿Por qué es usted católico?

Por amor… Descubrí al Espíritu Santo cuando tenía 14 años, siendo alumno del Colegio Fe y Alegría La Merced. Asistía a los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola en La Carmelita.

¿Qué son esos ejercicios?

Son prácticas espirituales desarrolladas por San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Son profundas, desafiantes y hermosas: una combinación de experiencia intelectual, espiritual y física que permite descubrir la propia vocación. Fue en ese contexto que sentí, con fuerza, la presencia del Espíritu Santo en mí.

¿Pensó en ser cura?

Sí. A los 16 años estaba decidido a entrar al seminario, pero ocurrió el golpe de Estado de (Luis) García Meza. El asesinato brutal de Luis Espinal obligó a los jesuitas a resguardarse, y eso hizo postergar mi decisión. Al año siguiente conocí a la que hoy es mi esposa. Por eso, cuando digo que soy católico por amor, no es una frase ligera. Es un amor que se selló con el Espíritu y que marcó mi vida para siempre.

¿Cómo fue su adolescencia?

Demasiado perfecta. Y creo que una vida necesita matices. Crecí en un hogar muy católico —por influencia de mi madre—, pero llegó un punto en el que empecé a cuestionar todo. Lo que parecía un entorno ideal despertó en mí dudas existenciales. La vida era agradablemente plana hasta que conocí el dolor real con la pérdida de mi madre. Ahí supe lo que era sufrir de verdad.

¿La fe transformó su vida?

En el Señor Jesucristo encontré al maestro perfecto. Él tradujo mi vida, me dijo por qué era de ese color… Y me enseñó a amar a mi padre, mi casa, mis valores… Esos valores que yo incluso había puesto en duda. Entonces, el adolescente reconfiguró su vida. Estuve en movimientos no necesariamente católicos, pero movimientos de jóvenes donde nos cuestionaban existencialmente, filosóficamente.

¿No había bullying en esa época?

No como tal. Lo que pasa es que nunca fui confrontacional. Además, era pequeño físicamente, así que usaba la inteligencia como herramienta. A veces, con un poco de picardía criolla, lograba incluso ganarme el favor de los más fuertes.

¿Dónde conoció a su esposa, Rossana Bollinger?

En la universidad. Ella estudiaba Idiomas en la Evangélica y yo Comunicación. Nos conocimos a los 17 y nos casamos a los 22. A los cuatro años nació nuestra hija mayor.

¿Y qué pasó con la vocación sacerdotal?

Digamos que nunca se extinguió, pero se quedó como un gran cuestionamiento espiritual de si fallé en el camino del servicio. Por eso es que cuando descubrí que el matrimonio era lo mío, me volqué al servicio total; de diversas maneras me acerqué a la gente para servir.

¿Cómo es que llega a ser periodista?

Quería estudiar Filosofía y Letras, pero sólo había esa carrera en La Paz. Entonces entré a Comunicación Social. Ahí conocí a Juan Francisco Flores, un gran radialista, que me invitó a trabajar en Radio Marítima 100. Ahí, a ese muchacho de 18 o 19 años lo puso a trabajar con los monstruos del momento, como Freddy Flores, por ejemplo. Freddy había llegado recién de Alemania, venía de la Deutsche Welle y trabajó con Andrés Salcedo, el gran colombiano que hacía los programas Telematch. En la radio trabajé también con las señoras Gloria Morales y Marina Rivas.

¿Le gustó la radio?

Me divertí mucho, pese a los calores que pasé con gente que trabajaba con guión. Así la Comunicación me fue atrayendo y más porque tenía bien marcado el hábito de la lectura. Había leído a (Mario) Vargas Llosa, al “Gabo” (Gabriel García Márquez) y a otros autores de menor perfil a nivel latinoamericano. Al estar atraído por la literatura, parece que subyacía en mi interior el periodismo. Y si usted se fija, el “Gabo” era periodista, entonces había formas de hacerse influenciar.

Y de ahí pasó a la tele…

Juan Francisco me llevó a Galavisión (hoy Bolivisión). Luego conocí a Óscar Zambrano, un periodista de nivel mundial, con quien hicimos PH4 Primera Hora en el 4. Después él se fue a Teleoriente (ahora Unitel) como director de prensa y me llevó como jefe de prensa. Estuve 12 años, terminando como director nacional de noticias en La Paz.

¿Por qué dejó la televisión?

Hacer vida de diputado, viviendo en La Paz de lunes a viernes y los fines de semana en mi casa, en Santa Cruz, no lograba la unidad familiar. Fue una época muy difícil; no había celulares smartphones para comunicarse. Después de cuatro años de estar yendo y viniendo, decidí dejarlo y quedarme acá. Fue cuando entré a trabajar a Cotas como director de Comunicación, donde estuve 11 años. Después me metí al tema académico y para divertirme hice Caballero pregunta y Charla con café, con Delmar Méndez, comunicador que conocí en Unitel y con quien armamos una productora que llegó a ser canal de televisión.

Pero, la comunicación en medios es diferente a la que se hace en empresas e instituciones…

Totalmente. ¿Que si fue complicado? ¡Como no! Usted conoce muy bien a mis colegas, grandes colegas del periódico, de la radio y de la producción; ellos me decían que lo que iba hacer era una acción de contaminación, eso frente a ese ideal de periodista: equidistante, objetivo, con el ideal de la pulcritud… Pero lo decidí, porque finalmente la comunicación estratégica fue la que me sedujo, y logró, digamos, extraerme del periodismo. Además, estudié Ciencias Jurídicas mientras estaba en Cotas, cuando mi calidad de vida era mejor. Tenía tiempo y no sentía la presión que me impedía evolucionar académicamente.

Representó a Bolivia ante la Santa Sede, Orden de Malta y Grecia durante cuatro años.

¿Cómo fue que llegó a ser embajador ante la Santa Sede?

En 2016, en un programa de debate de PAT en el que estaba de panelista con otros periodistas, estuvo como invitado el expresidente (Evo) Morales. Como yo un año antes había sido vocero de la llegada del santo padre a Bolivia, gracias a la Arquidiócesis de Santa Cruz, a mí se me ocurrió preguntarle por qué el país no tenía un representante diplomático en la Santa Sede. Era una época en que la relación del Gobierno con la Iglesia católica era tensa, yo diría hasta hostil, pero él decía que el papa (Francisco) era su amigo y que lo veía como un abuelo. Entonces, Morales disparó: “Usted debe saber porque ha trabajado con el papa. Y quisiera que sepa esto: a partir de este momento usted es embajador en El Vaticano”.

¿Y usted lo tomó en serio?

No, para nada. Pero al día siguiente me llamó el entonces ministro Reymi Ferreira, y luego el propio presidente, para formalizar la propuesta. Antes de dar una respuesta, hablé con dos obispos, quienes me pidieron aceptar, ya que estaba pendiente entre el Gobierno y El Vaticano la firma del acuerdo de derecho internacional conocido como Concordato. Con ello se podían sanear las propiedades de la Iglesia católica y protegerlos de avasallamientos; también se tenía en espera el tema de la educación de convenio. Tres años y medio me tomó la concreción del convenio.

¿Y qué pasó cuando renunció Morales a la presidencia?

Cuando finalizó mi periodo oficial y fui cesado de mi función por el nuevo Gobierno, estaba por volver a Bolivia. La noche después de una visita de despedida que organizó el papa para mi familia y para mí, a tres días de mi vuelo de regreso, se dicta el cierre de los aeropuertos en todo el territorio italiano. En esa condición de cuarentena nos quedamos, sin posibilidad de movernos y sin trabajo; logré sacar algo de mis ahorros, y con ellos vivimos ese tiempo. Cuatro meses después recibí la llamada del papa para ofrecerme ser jefe de Oficina en la Pontificia Comisión para América Latina.

¿Lo llamó el mismísimo papa Francisco?

El secretario del papa me dijo que él me iba a hablar y me lo pasó. Imagínese la intriga que sentí por saber lo que quería el papa conmigo y, aunque ya varias veces había hablado con él, siempre era emocionante hacerlo.

¿Cómo era él cuando no estaba frente al público o la prensa?

Era un hombre muy auténtico, con un humor muy particular, chispeante. No empezó bromeando ese día, habló muy serio y directo. Y me dijo: “Sé en la situación que está y hemos resuelto el tema: usted se viene para acá”.

¿Cómo fue trabajar para El Vaticano?

Fue una etapa muy linda e interesante porque fue de aprendizaje. Empecé a conocer más de cerca los detalles de la administración. Las reuniones con el papa eran mucho más distendidas que las que tenía conmigo cuando yo era embajador, porque, obviamente, estaba la relación de un diplomático con un jefe de Estado.

¿Y cuál era su función?

Yo era una especie de bisagra entre Su Santidad y las Conferencias Episcopales de Latinoamérica. Ahí conocí la dimensión de la Iglesia católica en la región.

¿Usted estuvo con toda su familia en cuarentena?

Con mi esposa y mi hijo (Julio César). Mis hijas (Cecilia y Natalia) estaban acá. Ya trabajando en El Vaticano no podía venir a verlas porque definitivamente no se podía.

¿Por qué dejó ese trabajo?

Porque una de mis hijas se enfermó y necesitaba de su padre. Me despedí de Su Santidad a través de una carta y él me respondió con otra; es una joya para mí.

¿Volvería a ser periodista?

Siento nostalgia, pero no lo haría. Creo que el periodismo es como un virus que tengo controlado. Fue una etapa valiosa, que viví con intensidad, pero que quedó atrás. No es que haya quemado la nave para no navegar, simplemente encontré un nuevo rumbo en el que me siento plenamente cómodo: el de servir. Desde hace nueve meses asumo con entusiasmo el rol de director ejecutivo de la Fundación Nacional Vida Segura, una institución que, curiosamente —y coherentemente—, también busca el bienestar de la sociedad.

El exembajador fue jefe de la Oficina en la Pontificia Comisión para América Latina.

Fotos: Okey | Internet
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