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ORLANDO IRAIPI VENDE SUS RECUERDOS DE SANTA CRUZ DE ANTAÑO

Trabajó con Soverón y fue dibujante de Debercito. Aunque sus hijos ya no quieren que trabaje, él asegura que no podría vivir sin hacerlo: dibujar y pintar es su pasión 

Si alguien solicitó dibujos en el famoso estudio de Róger Soverón allá por la década de 1980, puede ser que Orlando Iraipi se los haya hecho. Allí fue la escuela y el primer trabajo de este portachueleño durante 13 años, cuando se fue a Cochabamba para formarse en Arte. De regreso en Santa Cruz se dedicó al diseño gráfico, pasó por la agencia publicitaria Publideas y durante 30 años fue funcionario del diario El Deber, donde hizo los dibujos del suplemento infantil Debercito. Ahora, independiente, libre y soberano, el hombre tiene su estudio en su casa y desde allí mira el arte y la vida desde su propia perspectiva.    

Aparte de enojarse con los políticos, ¿a qué se está dedicando?

(Risas) He retomado lo que tanto me apasiona: el arte puro. Ocurre que mi trabajo es digital, vos sabés; pero ahora ya también estoy dibujando y pintando a mano.

¿Qué es el arte puro?

Dibujar a mano… Pintar con acuarela, óleo… Crear todo a mano sin que nadie me esté diciendo “a este aumentale un diente” o “a este sacale una pierna” (risas).

¿Y por qué volvió a ello?

¡Tenía que alimentar a mis hijos! Lo que pasa es que antes no se podía vivir del arte, ahora puedo decir que sí. Además, mis cinco hijos ya son profesionales y trabajan; más bien ellos quieren que yo ya deje de hacerlo, pero si lo hago me muero. Imaginate: ¡yo pinto desde que me acuerdo!

¿Cuál es su estilo?

Mi fuerte es que no me encierro en un solo estilo, por eso mi eslogan es: la versatilidad en ilustración al servicio de la expectativa del cliente.

¡Jesús de largo su eslogan!

(Risas) Pero bien digerible.

Pero yo estoy viendo en sus obras más escenas costumbristas que otra cosa.

Son mis recuerdos de infancia, de lo que vi cuando era niño.

¿Son pinturas o impresos?

Obviamente pinté los originales y antes de hacer copias impresas les hice arreglos digitales. Con eso y la impresión en un material que tiene la textura de la tela quedaron muy bien. Son cinco modelos que puse a la venta en septiembre y me ha ido muy bien, ¡he vendido hasta para gente que se los llevó fuera del país!

Oiga, pero, según yo, un dibujo o pintura impresa ya deja de ser arte…

Depende de la connotación que tenga. Los japoneses usan una técnica en la que mezclan pincel y tinta china, ¡es fabulosa!

Sí, pero los hacen ellos, no una impresora…

Claro, pero después pasan ese trabajo a la serigrafía y sigue siendo una joya. Para mí eso también es arte. De hecho, ellos dicen que la madre del arte es la paciencia y yo creo que es así, porque si estás alterado no podés pintar.

¿Cómo es que nacen en usted esas escenas de Santa Cruz de antaño?

¡Yo vengo del campo! Nací en Portachuelo y me crié en La Bélgica. Yo aún conocí los carretones, los tacuses, las serenatas con guitarra, el palo ensebao, el trapiche…

¿Le gusta representar esos recuerdos?

Claro que sí. Mirá, el primer carro alegórico carnavalero con movimiento propio lo hice yo para los Vagabundos, creo que en 1985. Era un camba echado de barriga con su pucho por donde salía humo; en su sombrero iba la reina. El tipo parpadeaba y hasta guiñaba uno de sus ojos.     

¿Ganó premio?

No, y los lauros solo fueron para la comparsa. Fue un gran trabajo, buenísimo. Te cuento que yo no sabía cuánto cobrar, tuve que pedir asesoramiento (risas).

Si usted hizo eso en el 85, ¿cuántos años tiene?

(Risas) Tengo 67, aunque no parezca. Lo que pasa es que camino una hora todos los días y eso es muy bueno. Antes trotaba, ahora ya no.

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