La percusionista de la Filarmónica cruceña no la tuvo fácil para llegar donde está. Hubiese sido guitarrista, si por su hiperactividad no elegía los timbales para descargar su energía.
Es algo innegable: llama la atención ver a Lucía Dalence tocando los timbales en la Orquesta Filarmónica de Santa Cruz de la Sierra. Desde el fondo del escenario, ella golpea la membrana del instrumento con la fuerza que le permiten sus brazos y según lo indicado en las partituras.
Es consciente que su trabajo no es usual entre las mujeres. Por cierto, su relación con su madre se rompió por mucho tiempo, al no estar la señora de acuerdo con que su hija haya cambiado la guitarra por los tambores. Pero Lucía persistió hasta demostrarle que su decisión era la correcta. Con sus “palos” integró la Camerata del Oriente, Las Majas y, ahora, la Filarmónica.
Cochabambina de nacimiento, reside en la capital cruceña desde sus ocho años, justo cuando ingresó al Instituto de Formación Artística de Bellas Artes para aprender a tocar guitarra. Tenía TDAH, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, y a su abuela le dijeron que tocando un instrumento la situación de la niña podía cambiar.
¿Y cambió o con los tambores te fue peor?
Mejoró; eso es algo que no se cura. Si algo no me interesa, pierdo la atención y listo. Pero antes de ingresar a Bellas Artes era peor; la música me ha tranquilizado.
¿Por qué cambiaste la guitarra por los tambores?
Porque en ellos descargaba toda mi energía; ahora podría tocar algo de (Ludwig van) Beethoven con toda mi fuerza. Era muy inquieta. Estuve en clases de guitarra por unos tres o cuatro años; después, cuando hubo cursos de percusión, me cambié sin pedirle permiso a mi madre. Supo lo que había hecho recién a los dos meses.
¿Y cómo reaccionó?
Ella quería que yo fuese como Piraí Vaca (guitarrista boliviano). “¡Cómo vas a cambiar la guitarra por dos palos!”, me dijo. Cuando salí bachiller, me inscribió a Auditoría y Finanzas en la universidad; pero como mi papá vio que yo no era feliz, habló con ella para que me deje seguir la carrera que yo prefiera. Mi madre deseaba para mí una profesión que me dé plata, y como no se convenció me botó de la casa.
Pero, ¿fue por un tema del instrumento, de la profesión o qué?
Lamentablemente, mucha gente ve a los músicos como bohemios, alcohólicos y hasta drogadictos. Creo que por ahí iba su negación a aceptarme como percusionista. Después, cuando vio que yo era parte de grandes proyectos como la Filarmónica y docente en Bellas Artes, cambió de parecer. Ya limamos asperezas.
Pero convengamos también que los tambores no son muy femeninos que digamos…
Las mujeres también podemos tocar tambores. De hecho, manejo más de 30 tipos de instrumentos de percusión. Aprendí a hacerlo en mis clases en Bellas Artes y en cursos que tomé en Brasil, gracias a unas becas que obtuve. Ahora, desde 2015, soy yo la que enseño a tocar tímpanos, mi especialidad.
¿Y qué dicen tus amigos al verte con los tambores?
Mis amigos son músicos como yo. Para ellos es muy normal; raro sería si me vieran tocando piano (risas).