Entrevista

MARÍA BELÉN IBÁÑEZ: «AL PARECER HAY UN GEN ECUESTRE QUE ME LLEVÓ A ELEGIR A LOS CABALLOS PARA TRABAJAR»

La sicóloga brinda equinoterapia en el Centro Integral de Rehabilitación Ecuestre Volare, en el Club Hípico Santa Cruz. Tiene pacientes de tres a 78 años

La terapia asistida con animales busca la sensación de bienestar que proporciona la cercanía de las mascotas con personas que sufren de alguna condición física y/o mental especial, así como en riesgo de exclusión social, fracaso escolar, TDAH, TEA y violencia doméstica, siendo la geriatría y la discapacidad intelectual los campos en los que más se ha practicado. En dicho tratamiento intervienen desde caballos hasta perros y gatos, ya que estos animales han demostrado su capacidad para crear lazos de fidelidad y cariño con las personas desde tiempos inmemoriales.

María Belén Ibáñez brinda equinoterapia en el Centro Integral de Rehabilitación Ecuestre Volare, en el Club Hípico Santa Cruz. Sí, es una terapia asistida con caballos. Como otras de su tipo, esta es un método terapéutico y educacional para rehabilitar física, educativa, sicológica, cognitiva, conductual y emocional a personas que lo necesiten. La sicóloga estudió el tema en Estados Unidos, después de reconectar mediante un proceso de coaching su sueño original de trabajar con animales. Luego trabajó como voluntaria en La ventana de los cielos, una especie de santuario del cantante Ricardo Montaner en Homestead (Florida). De allá vino con la idea de implementar un centro parecido en Santa Cruz.

¿En La ventana de los cielos solo había caballos?

No, para nada. Había de todo, hasta gallinas y conejos. Incluso había un toro que parecía un perro por lo domesticado que era. Pero los caballos tienen algo que cautiva. Yo fui con la intención de aprender más del trabajo con los perros, pero conocí a los caballos y cambié de perspectiva. Esos animales aportaron incluso a mi crecimiento personal.

¿Alguna vez tuviste un acercamiento con equinos?

Nunca, pero mi abuelo, el mayor Rodolfo Ibáñez, era de la Caballería y fue fundador del Club Hípico Santa Cruz. Por él se me abrieron las puertas de esa institución cuando fui a presentar mi proyecto. Al parecer hay un gen ecuestre que me llevó a elegir a los caballos para trabajar. 

Al no ser una terapia conocida, ¿cómo la ofreciste?

Obviamente expliqué de qué se trataba y lo que se podía lograr con ella. En los últimos 40 años, varios estudios demostraron que la presencia de una mascota puede ser beneficiosa para la gente en muchos aspectos, puesto que persigue un objetivo curativo y utiliza el vínculo persona-animal como parte integral del proceso de tratamiento. En su momento, el directorio del club tomó la idea como un proyecto de responsabilidad social. Eso fue en 2015, pero desde 2018 ya no lo es; ahora es un emprendimiento privado.

¿Y las terapias eran para todo público o solo para los socios del club?

Era un programa abierto porque dentro del club no había quién lo tome. Apenas aprobado comencé a usar las redes para hacerlo conocer. Aunque fue exitoso, también fue difícil: hubo mucha resistencia de ciertos socios por el tema de integrar personas con capacidades especiales a un ambiente social. No era un rechazo marcado, pero se sentía. Sin embargo, sí logramos incorporar pacientes al deporte.

¿Cómo es eso?

El mundo de la equitación es un muy cerrado, se maneja por familias tradicionales y nunca se había explorado la discapacidad como parte del deporte. Se lo logró gracias al apoyo de muchas personas del club, incluyendo las del directorio que me permitió trabajar allí, pero aun así hay muchos estigmas y reticencia.

¿Y lo de la incorporación de pacientes al deporte?

Hay personas, principalmente  jóvenes, que después de un tiempo de terapia llegan a gustar tanto de los caballos que la equitación se convierte en una actividad para ellos. Tenemos un joven que está con nosotros desde que empezamos hace cinco años. Él ya es un asistente en las clases, ayudando con los chiquititos, viendo las monturas, los juegos y, por supuesto, cabalgando. Si bien la equinoterapia no siempre termina en equitación, sus bases pueden llevar a ella pero no a nivel deportivo. Lo que se hace es trabajar en la monta muchas cuestiones corporales en las que el caballo ayude, por ejemplo, la postura, el equilibrio, la coordinación y la confianza en sí mismo. Cuando hay una parálisis cerebral, por ejemplo, te ayuda a revisar los miembros.

¿Cómo son tus pacientes?

La población es principalmente infantil. Este año hubo mayor interés de adolescentes y jóvenes. Pero increíblemente, después de la pandemia, nos llegaron adultos mayores; ahora estamos trabajando con personas de tres a 78 años. Hace poco tuvimos a una señora que falleció después de ver a los caballos: fue amazona toda su vida, pero todas sus funciones locomotoras estaban debilitadas. La trajo su hija, pasearon un caballo, lloraron juntas, ella sonrió y a los dos días falleció. Asumimos que vivió un gran momento de paz estando acá.  

¿Con cuántos caballos trabajás?

Empezamos con uno, Pegaso, que nos prestó el club. Por él le pusimos al proyecto el nombre de Volare. Ahora tenemos siete, todos cedidos. Mucha gente nos ve como opción de retiro para sus animales. Lo que pasa es que los caballos de salto requieren retirarse en una etapa temprana porque su desgaste y rendimiento deportivo son fuertes y algunos se lesionan y ya no pueden continuar. La mayoría de los nuestros han sido rehabilitados emocional y físicamente, y resulta muy motivador para los chicos ver cómo sus caballos mejoran con el tiempo, a la par de ellos.

¿Cómo es la relación de los caballos con los niños?

Yo veo que mis caballos actúan diferente cuando les presento a un niño que no puede hablar o está disminuido en su motricidad. Se acercan, lo huelen, adquieren una actitud que bien podría definirse como maternal. Dejan que el niño los toque desde la nariz… Eso no suele pasar con los adultos. El caballo sabe con quién portarse así porque es un tema energético y percibe la vibra de las personas. Ese, por ejemplo, no es un trabajo de rehabilitación, sino de análisis personal que nosotros lo estamos haciendo con Inés Zabalaga, una sicóloga clínica que hace constelaciones familiares con caballos.

¿Qué es eso?

Es una técnica para explorar qué ocurre con nosotros, pero analizando lo que hay detrás, con nuestras familias. Uno analiza cuestiones pasadas mientras toda la manada está en libertad. La persona que constela nos plantea una situación que ella quiere descifrar o ver, y cada animal es un espejo de esa situación. Entre los caballos hay una estructura que ellos respetan, cada uno tiene un rol. Cuando ellos sienten que algo no está bien, entre todos tratan de solucionarlo. He visto cosas indescriptibles en esta técnica.

Y todo esto, ¿es caro o asequible?

Es caro. Por eso no hemos podido llegar a tantas personas como hubiésemos querido, a la gente que de verdad necesita de equinoterapia. En 2017 iniciamos una fundación, Funcovid (Fundación Conectando Vidas) y hasta el año pasado estuvimos apoyando a personas con bajos recursos. De hecho tuvimos un programa para jóvenes con autismo, para que ellos puedan moverse en un ambiente ocupacional-terapéutico cuidando y alimentando a los caballos. Pero por el tema de los 21 días de paro cívico y después la cuarentena todo quedó parado y se acabaron los fondos. Intentamos reactivarla con la venta de barbijos personalizados, pero eso solo alcanzó para sostener el cuidado de los caballos.

Pero vos, por la energía que irradiás, ¿sos feliz?

Yo estoy en el club de lunes a domingo, desde las seis de la mañana hasta el final de la tarde. ¿Eso te dice algo? Ya es un estilo de vida para mí. No soy casada ni tengo hijos y por eso puedo estar allá sin que nadie me diga nada (risas). Al club llegué a trabajar en una cabañita de 3×3 metros, donde nos instalamos cuatro personas; ahí entraban las monturas, las pelotas, los juegos y los escritorios. Después todo mejoró. Volverá a pasar.

Tené cuidado: se te puede ir el tren…

(Risas) El tren me puede dejar, pero otra cosa es que yo esté dejando que pase uno, luego otro y después otro porque ninguno vale la pena.

Dato:

Teléfono: 591-3-3522277

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