Es hija de la famosa repostera Fátima Füchtner y con ella incursionó en un negocio delicioso, en el que realiza investigaciones y pruebas procurando conquistar paladares exigentes
Tras recorrer parte del mundo y con un título de economista conseguido en Hamburgo, María Julia Sanginés quiso tener su propio negocio y nadie mejor que su madre, Fátima Füchtner, para ser su socia. El plan fue hacerlo en Santa Cruz, por lo que pensaron en algo novedoso y ya no en los queques que a Fátima le habían dado el apelativo de “reina de las tortas” en las décadas de los 80 y 90. A su progenitora la había enamorado un curso de heladería artesanal, por lo que juntas decidieron ir en ese rumbo.
¡Qué mujer famosa no tuvo su torta de matrimonio hecha por Fátima Füchtner! Modelos, reinas de belleza e hijas de políticos eligieron con ella el diseño y los sabores o, simplemente, se lo dejaron en sus manos. En abril de 2006, la repostera más reconocida de Bolivia se fue a Alemania a residir con su familia; sus hijos mayores, entre ellos María Julia, ya estudiaban en ese país.
Trece años después, convencidos de que debían regresar al terruño, María Julia hizo los estudios de mercado pertinentes para emprender el negocio de la heladería y fue consciente de la competencia. No obstante, sabía que iban a ofrecer productos de calidad: sus helados serían de frutas naturales, no de esencias; de hecho, la vainilla la iban a traer como tal desde Madagascar. Con su madre, ya tenían los conocimientos y el buen gusto para conseguir el éxito de su nueva empresa. ¿Y cómo la iban a llamar? Recordando que de niña escuchaba con sus hermanos que el taller de repostería de Fátima era “la fábrica”, pues no había nombre mejor que ese: estaba en su memoria como un sitio de trabajo, de donde salían los más exquisitos pasteles, y en ese lugar elaborarían los helados.
La Fábrica tiene los sabores tradicionales de chocolate, dulce de leche y limón, entre otros. En Alemania, Fátima aprendió a combinar ingredientes poco habituales en la heladería, como el yogur, la miel y el romero. Sí, el romero que usualmente es utilizado en la culinaria y que resultó perfecto con lo dulce. María Julia descubrió la curiosa fusión del caramelo con la sal y siempre está en constantes investigaciones y pruebas de sabores para conseguir delicias extraordinarias. En su menú se puede leer El Hado Propicio, un helado creado en homenaje al triunfo de la Revolución de las Pititas; Majablanco y Quinua, en honor a los líderes Camacho y Pumari, y Soy Camba, una evocación del que hacían las abuelitas en las cubetas que metían a la heladera: de leche y canela con coco rallado. Los helados se clasifican en varios tipos: de crema, de crema con frutas, enmantecados, frutales y los “crunchis” (con algo para masticar). En Carnaval se lucieron con los helados Destornillador, Mojito y Caipirinha.
Cuidando que sus productos lleguen al cliente sin romper la cadena de frío (-30 grados), La Fábrica solo vende en recipientes termoplásticos de medio y un kilo en sus mismas instalaciones (Av. Banzer, calle Aurelio Durán Canelas n.° 190), y mediante las aplicaciones Pedidos Ya, Yaigo y Whatsapp. «La cuarentena no nos afectó tanto porque somos la primera heladería virtual del país», asegura María Julia. «Cuando salimos al mercado lo hicimos como helados premium para delivery. Nunca tuvimos un salón tradicional de ventas, por lo que prácticamente estábamos preparados a situaciones como la que vivimos». De hecho, en el confinamiento surgieron dos nuevos sabores: Very Berry Pavlova, un helado de frutos rojos con suspiros, y Doble Stracciatella, helado blanco con virutas de chocolate. El proceso creativo no se detiene en ella ni en su madre.
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